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de Amanda 

para
Cristina



10 dic 2022, 11:41
Cris,

Estoy tomando café. Traté de dejar de tomarlo un rato, justo cuando Victurock me tatuó una cafetera en el brazo. Es mi tatuaje más amado, la gente me lo chulea siempre. Ya volví a tomar, aunque no tanto como antes. Estoy tratando de que sea más placentero que compulsivo. Al menos los precios de Santiago ayudan, ya que uno me sale el doble que en Barcelona. Tonces bueno. Habrá que limitar el vicio. Pero esta taza la tomo pesando en ti.

Te voy a tomar la palabra con lo que dices del tiempo. Esta es una propuesta mucho menos posmoderna y mucho más vamosaignorarloqueenrealidadnopodemosignorar, que es el hecho de que han pasado todo septiembre, octubre y noviembre hasta responder. De hecho, en tu carta anterior pronto era tu cumpleaños. Ahora te escribo y pronto será el mío, que si bien todo el mundo espera lo mismo para el suyo, siempre me sorprende cuando llega el mío, porque va atado a otros fines: el año, los ciclos, los semestres, todas esas revisiones que estamos haciendo todos a la vez. De repente llega y todo se acaba, en un chasquido. De cierta manera, no quiero que llegue todavía, para poder saborear un poquito más todo lo que fue esta vuelta, para todavía no agarrar velocidad.

Últimamente ando pensando en la autenticidad y en el internet. Pasa que tuve TikTok dos minutos y me hizo fatal. Y ahora que vuelvo a leer el ensayo que me pasaste, vuelvo a pensar en el tiempo y que, cuando me contaste de él, no estaba en el lugar para que me resonara. Es curioso cuando las cosas toman sentido en un cierto momento y no otro, como si todavía nuestros bordes no pudiesen embonar y tuviesen que erosionarse un poquito más con el paso del tiempo. Ahora que ando pegada con estos temas, me hace sentido, especialmente ahora que volví a escribir y publicar. Pienso, ¿para qué escribo? ¿De qué tamaño es mi ego? ¿Cuánta arrogancia es necesaria para reclamar estos espacios, y de qué bebe? Pienso en "I had to give up journaling because I couldn't stop writing for the people who would read it after I was dead", porque entiendo la mística construida alrededor de ese personaje, de "to live for our biographies has become an autonomic facet of womanhood as unavoidable as breathing". No pienso tanto en quien quiero ser el escribir, o cómo se ve, si no en quién estoy siendo, creo, y en lo relativo de todo eso. Todo parece un personaje transitivo. A veces eso me libera; otras veces me aprisiona, me taponea, me hace enredar pensamientos porque qué pasa si mañana no tiene nada que ver, si entonces significa que no es verdadero. Pienso en cuánto podemos reclamar de lo que decimos, porque la mayoría de las veces que enuncio algo, estoy tratando de ser o de convencerme de eso que estoy diciendo. Es decir, si hago una dibujo que dice "ver los días caer", no significa que sepa hacerlo, significa que lo estoy intentando, a veces con las uñas – la mayoría de las veces.

Entonces pienso, ¿qué es toda esta urgencia autorrevelatoria, especialmente en el internet? Como persona que se desarrolla dentro de las artes creativas, y viendo cómo se vive ahora la validación como artista, la idea de tener seguidores, miles de likes y gente interactuando contigo, constantemente, me parece insana. Creer que nuestra persona se vuelve válida en tanto a su viralidad resulta frágil. Y ya ni siquiera hablo de instagram, que su boom pasó hace tiempo – pienso en TikTok y los miles de videos que se replican con un mismo audio, bailes y modos, con la esperanza de la viralización. Y, además, está el lenguaje, la mayoría de las veces burlón –de auto escarnio o autorrevelatorio–, que parece ser una bandera de autenticidad (si me quemo a mí misma, entonces soy real), pero que también se sube en un tren de un modo. Ver, por ejemplo, el renacer del entorno que nos definía en el 2014 (hecho de Arctic Monkeys, The 1975, Lorde, indie sleazecore y todo ese Tumblr era), es loco, porque entonces se daba en un rincón pseudo privado del internet, la cueva del cringe. Resguardados por nombres de usuarios lejanos a nuestra identidad verdadera y más cercanos a la que queríamos adoptar, con un sobreentendimiento de que lo pasaba allí era semi anónimo, libre para ser dramáticos, evidentes, anhelantes de realidades alternas donde ser común, promedio, te lleva a ser alguien. Hablo del fan fiction, del y/n, de la romantización de ser menos que una persona. Estaba fatal, la verdad, pero era una caverna de deseos oscuros y llantos histriónicos con mil fondos de flores marchitas en blanco y negro. Esto, digo, ahora, TikTok, no lo sé. No quiero ser moralista y nostálgica de algo "mejor", pero sí pienso en lo que puede provocar a nuestra psique el renacer de toda estética en una lógica que ya no tiene que ver con la anonimidad del internet, si no con la autenticidad del usuario, partiendo en la aleación de la persona y el avatar, que son lo mismo, y es valorado, incluso, que sean seamless, sin costuras. El boom de las estéticas que puedes personificar, con la esperanza de ser reconocida como parte de ella por miles, y dan una sensación de autenticidad, por muy ensayada y premeditada que esté. Si muestro mi cotidiano, me vuelvo auténtica, Si reclamo mi identidad de manera pública y expuesta, soy auténtica. Si cumplo con los elementos de lo real, como fijo y entero, soy auténtica.

En eso me encontré con este ensayo, Against the Novelty of New Media: The Resuscitation of the Authentic, del libro You Are Here: Art After the Internet. Explica que, la última vez que se volvió tendencia la tensión entre autenticidad y copia, fue a inicios del siglo XX. De hecho, antes, la copia no era un tema; incluso, podía ser considerada sagrada, por la labor de los escribas de copiar libros a mano. No fue hasta la industrialización y la producción en serie que se comenzó a problematizar y rechazar, lo que dio pie a una romantización de lo auténtico, marcado por la nostalgia de un pasado mejor y más real. Me parece chistoso pensar que el surgimiento de la fotografía era visto como esa seña terrible de lo copiado y poco real, cuando hoy una polaroid (o una fuji) cumple con los criterios de lo auténtico. Entonces, se entiende que en una sociedad hiperindustrializada y ya desencantada con la tecnología y el internet, surja el valor de la autenticidad como moral (no como en los 2000, que había una plasticidad vainilla).

‘In a world increasingly filled with deliberately and sensationally staged experiences—in an increasingly unreal world—customers choose to buy or not buy based on how real they perceive an offering to be. Business today, therefore, is all about being real. Original. Genuine. Sincere. Authentic.’ p. 73

Contrario a lo que se pensaría respecto a lo genuino, original, sincero y auténtico, el relacionarse con estas categorías, de la manera en que están dispuestas, termina tratándose de una identificación con el status quo y no algo radical. Si creemos que lo genuino es algo fijo y puro, termina siendo 1. conservador, 2. exclusivo. Si el mundo está hecho de copias, lo auténtico se vuelve una categoría de superioridad moral y de capital cultural que busca un estado previo de la sociedad, en lugar de existir en las cavidades del presente, donde nada es puro, todo es cambiante y poco claro.

Creo que no resoné tanto con la noción de estar escribiendo con que me lean después de morir en mente porque lo estoy haciendo pensando en cómo sonará todo esto hoy, si sonará real. Como te decía, si digo algo no es tanto que lo tenga controlado, si no que me estoy agarrando a eso con las uñas. Quizá sí quiero que me vean como transitiva y arrancada. Sí me siento fuera de todo la mayoría del tiempo, ambos como algo que me sucedió y algo que elijo, porque si no, ¿por qué estaría aquí, de vuelta en Chile, después de doce años? ¿Por qué me alejo del amor inmenso que he encontrado en otros lugares, por qué decido detonar todo, y recoger hilos sueltos para volverme a tejer en ellos? Si no me sintiera fuera de todo la mayoría del tiempo, ¿cómo justificaría la parte de mí que está siempre buscando su retorno a casa, y que necesita extraerse de su propio recogimiento, así que elige el amor, el amor, el amor?

Pienso que la autenticidad está lejos de tener una noción clara de una misma. Creo que está escondida en los misterios que continuamos siendo para cada uno, en lo que no sé de mí, pero que estoy tratando de tejer en mi tapiz deshilachado. Pienso que somos un constante misterio, porque después de todo esto, recién entiendo por qué llevo toda la semana con esta frase cruzándome el estómago, el corazón, el cuerpo: "so if we turn into a tree, can I be the leaves?" Recién entiendo que todo lo que agarro como mío tiene que ver con deshacerse, y que para poder apropiar mi tronco, necesito arrancarme.
Y eso es bastante de personaje femenino trágico. Pero bueno, como te decía en el primer correo, me gusta el optimismo trágico. Seré eso, el tapiz que se deja tejer mientras deshace sus propios bordes.
Te respondo, como eco entre tu buzón y el mío, una copia de una copia de una copia: LA VIDA ES MUY HERMOSA, INCLUSO AHORA. – Yo, tú, mi hermana, Raúl Zurita.

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"Though Adorno articulated a scathing critique of the place of authenticity in an administered world, he did nonetheless hold on to the validity of an honorific use of the word, one that locates the authentic in what is vulnerable and transient rather than pure and fixed. As he writes: ‘Scars of damage and disruption are the modern’s seal of authenticity; by their means, art desperately negates the closed confines of the ever-same …’ Though the objects in the ‘brain’ invoke the rhetoric of singularity and authenticity, they recognize the arrogance and artificiality of an easy return to origins, and instead locate the authentic in those objects that index, rather than deny, the frailty and difficulty of being in the world. In this, they repudiate any retreat into a reified and glorified past, while also proposing a different relationship to history than is most often found in contemporary manifestations of technocapitalism. Unlike the return to a depth model of the subject, such a consideration of the life of objects may be understood as avoiding some of the pitfalls of the old authenticity discourses, while maintaining the ability to mobilize the anachronism of the authentic as a challenge to our present. The resuscitation of the authentic is, then, a persistent reminder that there is a both a danger and a value in the rejection of things as they are. What’s more, it offers the striking proposal that understanding what counts as ‘art after the internet’ might necessitate expanding one’s purview far beyond artworks produced through digital means if one is to truly take account of the breadth of engagements with digital culture found in contemporary practice—be they reactionary or not".